TRES FRENTES FUNDAMENTALES
Desde sus inicios el cristianismo ha sido una religión perseguida. Ya en la antigüedad el pueblo de Israel fue una comunidad marginada y explotada por los egipcios, que tuvo que huir al desierto y vivir en el destierro hasta encontrar la tierra prometida. Jesucristo, que vino a dar continuidad a todas las profecías del Antiguo Testamento, sufrió en sus carnes no sólo el no conseguir ser profeta en su propia tierra, sino también experimentó las envidias, las maledicencias, las traiciones y el odio más feroz hasta ser ajusticiado de la manera más ignominiosa que podía serlo un ser humano en aquellos tiempos. Sus seguidores, los cristianos, sufrieron la persecución desde entonces. No podemos olvidar las palabras de Jesús en el evangelio de S. Juan, 15,18: “Si el mundo os odia, recordad que primero me odió a mí”, y también en Jn.15, 20: “Igual que me han perseguido a mí, os perseguirán a vosotros”. Y, desgraciadamente, estas palabras no han dejado de cumplirse ni un solo siglo desde entonces, e incluso podemos decir que el siglo XX y lo que llevamos de XXI son los peores que hemos vivido en cuanto a persecución de cristianos.
De acuerdo con la Comece (La Comisión de Conferencias episcopales europeas), el 75% de las persecuciones actuales por motivos religiosos se centran en el colectivo cristiano. Ayuda a la Iglesia necesitada estima que son 200 millones los cristianos que viven en países de persecución religiosa y 100 millones más los que sufren discriminación por razón de su fe. La persecución religiosa en el mundo proviene de tres frentes fundamentales:
1. El mundo islámico radical: cuando se interpreta el Corán de forma más fundamentalista e intolerante y se considera que la charia o ley islámica debe aplicarse a musulmanes y a los que no lo son, trae como consecuencia la marginación social y la discriminación creciente de los cristianos que viven en países musulmanes, cuando no a la auténtica persecución recurriendo en ocasiones a chantajes, secuestros, colocación de bombas en templos y asesinatos de seglares y religiosos, especialmente por parte de grupos terroristas como Al Qaeda y sus distintas filiales en cada país.
2. El totalitarismo comunista: tal es el caso de China, Vietnam, Corea del Norte o Cuba. En ocasiones es una guerra declarada a cualquier religión, siguiendo el principio marxista de que la religión es el opio del pueblo y hay que acabar con ella, pero en otras ocasiones se manifiesta en la creación de iglesias paralelas para dividir al pueblo, ilegalizando la que no les es fiel políticamente, como es el caso de China, y ciertamente impidiendo la libertad de culto o de expresión de una fe.
3. Nacionalismos políticos llevados hasta el extremo que al mezclarse con religiones o con ideologías conducen a la exclusión de otras creencias religiosas y en ocasiones al ataque brutal al que piense de forma diferente, prohibiendo el proselitismo y toda conversión que no sea a la religión dominante. Dos ejemplos de esto en la historia moderna se han producido en la guerra de Bosnia entre los años 1992 a 1995, y en el estado de Orissa en India en diciembre del año 2007 y el verano del 2008, donde radicales hindúes desataron una oleada de violencia anticristiana que destrozó cientos de iglesias y asesinó a más de 84 cristianos.
Pero sabemos que la Iglesia católica en concreto es el colectivo o asociación mundial posiblemente más implicada en la lucha contra la pobreza en el mundo así como en la educación y en la atención médica y hospitalaria, especialmente dirigida al que menos recursos tiene a través de la caridad y la solidaridad. También se ha destacado en la búsqueda de un diálogo interreligioso, así como en la paz y en la reconciliación, utilizando la poderosísima arma evangélica del perdón.
¿Por qué, pese a todo ello, es perseguida? Sólo desde una vivencia radical de la propia fe o creencias que sea excluyente de las demás, sólo desde la envidia profunda hacia otras religiones, o sólo desde el odio más ciego y más intolerante podemos entender el porqué de esta persecución al colectivo cristiano.
La denuncia de estos hechos por los medios de comunicación es un deber ético, moral y profesional, que va más allá de las propias creencias de los informadores o de las empresas para las que trabajen. Igualmente debemos exigir una mucho mayor implicación de gobiernos nacionales y de instituciones internacionales que exijan respetar en todo el mundo el principio de la libertad religiosa, proclamado en el artículo 18 de la Declaración de Derechos Humanos, que de forma tan flagrante se está violando hoy en el mundo.
Los que somos cristianos luchamos contra ello, informamos, denunciamos y movilizamos recursos para ayudar a nuestros hermanos que más sufren. Pero también somos conscientes, como dice el evangelio, que “si el grano de trigo no cae en tierra y muere no da fruto”.
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